Durante
mucho tiempo te hablé como si fueras mi propia conciencia, y te decía: estamos
a hoy, hoy es ahora, y ahora es lo más lejos que quiero llegar. Te lo he
repetido cientos de veces. Si hubieras nacido te tendría que haber contado algo
sobre mi historia, y los vacíos que sobre el pasado presenta mi memoria los tendría
que haber cubierto con invenciones procedentes de la vida de otros, personajes
de ficción que yo mismo me hubiera visto obligado a crear. Y tú hubieras leído y reconocido el vacío de cada palabra, haciéndote un hueco en el vértice de
cada frase, supliendo con comas los vicios de cada párrafo. Cuando te escribo
tengo a mi disposición decenas de miles de palabras, de las que yo sólo
utilizaré un puñado de ellas. Si hubieras estado a mi lado hubieras puesto tú
el resto, las que nunca serán escritas pues nunca llegaron a bordear mi conciencia. Sé que lo habrías hecho convertida en salteadora de historias y
bandolera de librerías y bibliotecas. No, nunca podrás leer lo que escribo,
como nunca yo pude tenerte entre mis brazos, ni pude acunarte, ni pude cantarte
canciones para que te durmieras, ni cogerte la mano en las noches oscuras de insomnio por tu
insuperable miedo a la oscuridad, que es el vacío, que es la nada. «Tápate la
cabeza con la sabana», te hubiera recomendado, «la sábana te impedirá ver la
oscuridad, de esa forma no podrá hacerte daño».
Te hubiera
contado que me quedé solo, que estuve solo, que he estado solo, que estoy solo.
Que los niños veían en mí algo raro y me esperaban a la salida de la escuela
para tirarme piedras. Que yo huía, corría buscando refugio, y cuando llegaba a
casa mi madre me preguntaba que qué me pasaba y yo le contestaba que nada,
madre, que nada. Lo mismo que debió ver aquel cura bajito y con gafas que me
ofreció meterme en su cama. Y yo salí corriendo y cuando llegué a mi casa me
preguntó mi padre que qué me pasaba y yo le respondí que nada, padre, que
nada. Y aquella intempestiva huida a los Picos de Europa con mi amigo de
siempre que terminó en un cuartel de la Guardia Civil, fracasados, temblando de
frío. ¿Qué íbamos buscando?
Estoy
cansado de oír que qué joven estoy, que qué bien me queda el pelo corto, que hubiera
sido lo que hubiera querido si hubiera tenido algún maestro, bueno o malo, pero
uno. Nací raro, y los niños, que son listos y crueles, que se parecen a las
palomas, no permiten que prospere nada que no se amolde al termino medio. Unas veces
lo hacen por crueldad y otras por miedo.
Y
quise darme la vuelta, volver sobre mis pasos, encontrar el lugar y el tiempo
donde todo se quebró, donde me perdí, donde dejé de comprender el significado
del tiempo interrumpido. Lo hice para recobrarlo y que no volviera a interrumpirse nunca
más, o para perderme y desaparecer definitivamente. Creí que lo sabía todo hasta que
aprendí que bien poco sabía, ahora me conformo con saber lo poco que sé, me
disfrazo y me escondo detrás de mi sonrisa. Ya no me aflige que se rían de mí,
que digan que me he equivocado de siglo, que me parezco al sacristán de la
parroquia de Gonzalo de Berceo, no me importa. No tengo razones para ocultar la
ternura, aunque la cultura dominante de mi época así lo exija. Me rebelo con
violencia, convencido de que no sirve para la vida.
No
te pido perdón porque no quiero que me perdones, porque es imposible que me
perdones, porque no existes, porque nunca exististe, porque yo fui el que te
impidió nacer. He sido, soy y seré responsable de mis actos. No pongo excusas.
Si
hubieras nacido te hubiera enseñado mi habitación en mi casa de Madrid, en la
que cada centímetro cuadrado lleva mi huella, donde se acumulan libros, notas,
escritos, objetos cuyo significado tan solo yo conozco. Te hubiera enseñado mi otra
casa, donde el exterior y el interior se unen a través de una lamina de vidrio
que te permite salir y después entrar, estar dentro y a la vez estar fuera. Si
hubieras querido habrías aprendido todo sobre mí.
Decidí
por ti, pude y lo hice. No recibirás insultos ni sufrirás persecuciones y
acosos, ningún pederasta podrá encapricharse de ti. Te quise proteger tanto que
no es que te dejara desprotegida, simplemente no te permití ser. Tenía rabia,
mucha rabia, rabia contra el mundo y fuiste tú la que terminó pagando y lo
perdió todo. Nadie podrá perdonarme lo que no hice, nadie puede oler la flor de
una planta cuya semilla no llegó a germinar.
Es
cierto que nunca podrás mejorar lo que digo con tus análisis y comentarios, que
esto que te escribo no sirve para nada, pero gracias a que un día se me ocurrió
escribirte he podido decir las palabras que nunca a nadie hubiera sido capaz de dirigir.
Mi lenguaje fluye a la vez que escribo y pienso en ti, pues escribo gracias a
ti. Las palabras no son nuestras, las hemos ido aprendiendo poco a poco a lo
largo de nuestra vida, las disfrutamos en precario, y cuando las usamos y las
lanzamos al aire ya solo pertenecen a los que quieran escucharlas.
Tengo
la lucidez del hombre cansado, y su pereza. También soy uno de los que quiso
cambiar el mundo. Siento que no estoy entero, que sin ti estoy incompleto. Vivo
en un constante duermevela, donde el sueño me libera al abrirme las esclusas
del tiempo. Estuve largo tiempo esperando que algún tribunal dictara sentencia
y al fin me condenara al exilio de la sociedad, del continente europeo, o del
planeta. Pero nadie acude a hacer justicia, pues a los que tienen el poder sólo
les interesa mi voto y mi dinero. Es demasiado tarde para construir puentes, y
no sé si aún estoy a tiempo de abrir y cruzar puertas. La muerte nos iguala a
todos. Te seguiré esperando en el lugar de siempre, donde debiste nacer, en ese
muro blanco que oprime mi conciencia.
Palabras
para la hija que nunca nació.