viernes, 26 de abril de 2013

7. La tía Ángela





Cuando Ángela vio que era la guardia civil y no Arnelio quien llamaba a la puerta de su casa, supo a ciencia cierta que a su hermano Roque lo iban a fusilar.

Roque había sido comisario político durante la guerra civil. La labor de un comisario político en una ciudad que, como Valdepeñas, vivió todo el conflicto en la retaguardia, consistía fundamentalmente en mantener alta la moral de las unidades del ejército asignadas, para que los soldados estuvieran en condiciones de entrar en combate en el momento que fueran requeridos para ello, así como conocer, informar y transmitir todo lo que fuera del interés de los combatientes.

Por razón de su cargo, a Roque le llegaba mucha información, que trascendía a las propias unidades militares. Conocía los movimientos y decisiones de los grupos extremistas que mataban, sin juicio previo, a todos los que consideraban sospechosos de fascistas o antirrevolucionarios. Nunca fue Roque, ni antes ni durante la guerra, amigo de la violencia injustificada. En muchas ocasiones avisaba a quien corría peligro para que se pusiera a salvo o huyera; así lo hizo varias veces con las monjas trinitarias. Y cuando los perseguidos no tenían posibilidad de escapatoria, les daba cobijo en su propia casa. Hizo la labor que le encomendó un gobierno que, a su juicio, había sido legítimamente elegido. Nunca ocultó que había salvado a muchos inocentes y siempre sostuvo que ninguna de sus decisiones había producido derramamiento de sangre fuera del campo de batalla.

Ángela era una persona muy distinta a su hermano. Católica practicante, conservadora de las de antes, había contraído matrimonio con un hombre mucho mayor que ella, que había enviudado a principios de la década de los treinta, y quien, según decían, y todos los indicios apuntaban a ello, era de los más ricos del pueblo. A los dos años  de contraer matrimonio, y después de haber transmitido la titularidad de gran parte de sus bienes inmuebles y de su fortuna a Ángela, a la que adoraba, con la finalidad de que sus tres hijas nacidas de su anterior matrimonio no pudieran impedir que su esposa llevara una vida digna para el resto de su vida, murió de una neumonía.

Poco después del comienzo de la guerra, Ángela conoció a Arnelio, el hijo de un terrateniente de Moral de Calatrava. Aunque según decían Arnelio había estado colaborando con la CEDA, cuando comenzó la contienda se adhirió a la causa republicana y, con el transcurso del tiempo, se convirtió en miembro del partido comunista, haciéndose poco a poco con el control del Ayuntamiento. Ángela se dejó llevar por la pasión y, alentada por su soledad y el estado de desinhibición moral que la guerra había causado, se hizo amante de Arnelio. Todos los días se veían en la casa que Ángela tenía en el Paseo de la Estación. No tenían secretos el uno para el otro.

Cuando todo hacía presagiar que la guerra iba a durar poco, que el vencedor iba a ser el General Franco, y que cuando los fascistas se hicieran con el poder, la represión y la venganza iba a provocar un estallido de muertes violentas, Ángela recomendó a Roque y a Arnelio que abandonaran el pueblo e intentaran salir de España. Tanto uno como el otro se negaron a hacerlo. Roque porque consideraba que nadie en su sano juicio pediría responsabilidades a una persona que no había hecho otra cosa durante toda la guerra que cumplir con su deber y salvar la vida de muchos inocentes. Arnelio no daba razones.

El mismo día que las tropas del General Franco entraron en Valdepeñas, Roque fue detenido, inmediatamente juzgado y condenado a muerte. Arnelio, sorprendentemente, no fue molestado. Ángela tenía que hacer algo para evitar que a su hermano Roque le mataran, y concertó una entrevista con el Gobernador Civil de Ciudad Real, amigo de su difunto marido. Intercedería por su hermano ante él, pediría a las hermanas trinitarias, a las que  Roque había salvado la vida, que dieran testimonio de su intachable comportamiento. El treinta de abril de mil novecientos treinta y nueve, Ángela quedó con Arnelio en que la recogería a las diez de la mañana en su casa del Paseo de la Estación.

Durante más de una hora estuvo Ángela esperando la llegada de Arnelio para dirigirse a Ciudad Real, pero, en lugar de Arnelio, fue la guardia civil la que se presentó. En ese momento no solo supo que a su hermano Roque lo iban a fusilar, también tuvo conocimiento de que su amante era un traidor. «Miserable envidia», se dijo a sí misma.

Ángela fue detenida e ingresada en la prisión de Valdepeñas, y a Roque le fusilaron. Fue la muerte de un hombre valiente y bueno, que confió que su comportamiento fuera en algún momento reconocido y recompensado.

Durante dos días Ángela se encontró perdida en la prisión. Estaba aturdida, se reprochaba no haberse dado cuenta de las verdaderas intenciones de Arnelio, no podía entender cómo ella, acostumbrada a conseguir todos sus propósitos, había perdido de aquella forma el control de la situación. Cuando más hundida se encontraba conoció a Alfonsa. Bajita, rechoncha, fea y con unas gafas horribles, contó a Ángela que era de Villanueva de los Infantes, que su marido había sido también comisario político como Roque, y que al finalizar la guerra civil habían sido detenidos, él fusilado y ella enviada a la prisión de Valdepeñas. Fue Alfonsa la que explicó a Ángela el funcionamiento de la prisión, en quién podía confiar y en quién no, cuáles eran los trucos para conseguir raciones extra de comida, jabón, colonia, agua caliente. Y lo que fue más importante: la protegió.

Ángela salió pronto de la cárcel; su hermano había sido fusilado, no había razones para mantenerla encerrada por más tiempo. Una vez en libertad removió Roma con Santiago para que su amiga Alfonsa fuera también liberada, y aunque no fue fácil, al final lo consiguió. La acogió en su casa, y hasta la muerte de Ángela en mil novecientos sesenta y seis, allí vivieron juntas compartiéndolo todo.

Fueron muchas las habladurías y rumores que sobre Alfonsa y Ángela se dijeron en el pueblo durante los casi treinta años que estuvieron viviendo juntas. Unos acusaron a Alfonsa de haber sido una mujer interesada y manipuladora que sedujo a Ángela para vivir a su costa y heredar sus bienes, otros que a Ángela le había trastornado su estancia en la cárcel, pero lo cierto es que Alfonsa dio a Ángela un motivo para vivir, la ilusión y alegría que necesitaba. La cuidó y protegió, no se separó de ella, tanto en los momentos buenos como en los malos.

Cuando Ángela contrajo la enfermedad que siete meses después le produciría la muerte, Alfonsa estuvo a su lado día y noche velando por ella. Le preparaba la comida, le daba de comer, la aseaba, le contaba historias. Sin protestar, sin un mal gesto, proporcionándole todo su cariño.

De todos es sabido en el pueblo que la tía Ángela amó profundamente a Alfonsa, e hizo saber a quién quiso escucharla que había recibido de ella todo lo que ningún hombre le había sabido dar.


En Soto del Real (Madrid), a veintiséis de abril de dos mil trece.



Fotos: Paseo de la Estación de Valdepeñas (Principios del siglo XX y en la actualidad).