martes, 29 de enero de 2013

Adversus factum suum quis venire non potest



 Nadie puede ir válidamente contra sus propios actos




Se trata de un principio jurídico que ha sido utilizado de forma continuada durante más de mil ochocientos años, y ha dado como resultado la conocida como ‘Doctrina de los propios actos’, doctrina que se vincula con el principio de la buena fe. Si los derechos subjetivos han de ejercitarse siempre de buena fe, más allá de la buena fe el acto de su ejercicio es inadmisible y se torna antijurídico.

Para Luis Díez Picazo ‘Una de las consecuencias del deber de obrar de buena fe y de la necesidad de ejercitar los derechos de buena fe, es la exigencia de un comportamiento coherente. La exigencia de un comportamiento coherente significa que cuando una persona, dentro de una relación jurídica, ha suscitado en otra con su conducta una confianza fundada, conforme a la buena fe, en una determinada conducta futura, según el sentido objetivamente deducido de la conducta anterior, no debe defraudar la confianza suscitada y es inadmisible toda actuación incompatible con ella’ (1).

La primera noticia que tenemos de este principio se encuentra en un pasaje de Ulpiano (Tiro 170 – Roma 228) recogido en el Digesto (2). En este texto el jurisconsulto entiende que es inadmisible que un padre inicie una controversia después de la muerte de la hija, que ha vivido como ‘mater familias’ emancipada y que ha fallecido con un testamento en el que instituyó a sus herederos. En estas condiciones es inadmisible que el padre trate de alegar que no ha existido una emancipación jurídicamente eficaz cuando con su conducta la ha consentido.

La doctrina de los propios actos es recogida en centenares de sentencias dictadas por nuestros tribunales, siendo invocada y aplicada en la actualidad.



(1) Luis Díez Picazo. ‘La doctrina de los propios actos’. Barcelona, 1963. Editorial Bosch.
(2) Obra jurídica publicada en el 533 por el emperador Justiniano.



En Madrid, a veintinueve de enero de dos mil trece.


domingo, 27 de enero de 2013

Craso error


Gran error, enorme error. Un error de los gordos.

La tesis más sólida y extendida del origen de la expresión ‘Craso error’, es que procede del adjetivo latino ‘crasus –a –um’, que significa gordo, grueso.

Existe otra tesis que sostiene que ‘Craso error’ procede del error táctico que el General Marco Licinio Craso cometió en la batalla de Carras.



Así, José Ignacio Lago dice que ‘La afirmación “craso error” nació en la Roma de mediados del siglo I a.C. para describir un error fundamental, y con ese sentido se sigue utilizando hoy en día. El “craso error”, el error de Marco Licinio Craso, consistió en aventurarse en una expedición cuyo fin era conquistar el Imperio parto, heredero del persa. La aventura terminó en lo que los romanos definirían como “el desastre” por antonomasia… el desastre de Carras’.

Y continúa diciendo José Ignacio Lago, ‘Tanto Plutarco como Plinio mencionaron en sus escritos la leyenda de la "legión perdida", una fuerza de romanos que tras la batalla de Carras continuó sirviendo a las armas partas. Pero hasta hace apenas unos años se pensaba que era precisamente eso, una leyenda. En el año 2000 la universidad de Lanzhou, en China, publicó los resultados de los análisis de ADN llevados a cabo entre la población de Zhelaizhai, un poblado situado en el desierto de Gobi, en la provincia de Gansu. Tales resultados confirmaron la teoría que en 1955 el investigador norteamericano Homer Hasenpflug Dubs había enunciado sobre el paradero de aquellos legionarios. Según los análisis de ADN, el 46% de los habitantes actuales de Zhelaizhai son descendientes de romanos. La sorprendente noticia, apoyada por la arqueología y la filología, demostraba científicamente que un grupo de romanos había llegado a aquellas remotas tierras, situadas a 7000 kilómetros de Roma, sobre la segunda mitad del siglo I a.C. El poblado al que fueron enviados o que construyeron se denominó ‘Li Jien’, es decir, Legión’(1).



Por su parte Ross Cowan nos dice que ‘An example of a foolish failure to employ the simplex acies was the battle of Carrhae (53 BC), when Gaius Cassius Longinus counselled Marcus Licinius Crassus to deply his army in that formation to engage the Parthians horse archers and cataphracts’(2).

Aunque lo más probable es que el origen de la frase responda a la primera de las dos tesis expuestas, no es aventurado pensar que el haber sido relacionada con el error táctico cometido por Marco Licinio Craso en la batalla de Carras, propició que su uso se haya mantenido a lo largo de más de mil ochocientos años, y que aún en la actualidad la sigamos utilizando.






(1) José Ignacio Lago. ‘Roma en guerra’. Almena Ediciones. Madrid, 2007, pp. 330 y 334.
(2) Ross Cowan. ‘Roman Battle Tactics 109 BC – AD 313. Osprey Publishing Ltd., 2007, p. 18.


En Soto del Real (Madrid), a veintisiete de enero de dos mil trece.