sábado, 20 de diciembre de 2025

POR SI ACASO ESTA NOCHE MUERO

 

Han transcurrido casi veinte siglos desde el día en que uno de sus antepasados, quien aún no era conocido por el extraño nombre que sus descendientes ahora llevan, desalojó su casa de Jerusalén, a la que había llegado muchos años atrás desde un lugar desconocido del sureste de África, cerró la puerta con llave, la guardó en uno de sus bolsillos y acompañado de su familia, se dirigió a poniente.

 

A finales del primer siglo de nuestra era desembarcó en Cartago Nova, a la que podríamos denominar también como La ciudad de los muchos nombres, pues con anterioridad a Cartago Nova fue denominada Mastia y Qart Hadasht, y después Carthago Spartaria, Qartayannat al-Halfa y Cartagena. 

 

Allí residió durante muchos años hasta que decidió trasladarse al norte, y llegó a una ciudad recién fundada conocida como Espinosa de los Monteros. En el siglo XV no quiso abandonar Sefarad, por eso comenzó un periplo que aún no ha concluido. Primero emigró a Amurrio, después a Burgos, Madrid, Toledo, Valdepeñas, Daimiel, Sevilla, Tenerife, Colombia, México, California…

 

Durante todos estos siglos no ha hecho más que dejar atrás cientos de vidas que según brotaban se perdían en el tiempo; cientos de algos entre dos nadas y cada algo considerado una oportunidad. Espacios conquistados y después abandonados. Casas construidas, más tarde destruidas y vueltas a construir. Campos cultivados, después quemados y cultivados de nuevo. Sueños perdidos, encontrados y nuevamente extinguidos.  Caminos recorridos entre polvo y mugre, sol y lluvia, a vida o muerte.

 

Una de aquellas vidas ha vuelto a la plaza de este pueblo al que llegó en su infancia, único paraíso que ha conocido. Durante ese periodo sólo existían él y sus juguetes, sus cromos, sus historietas y los billetes de autobús o metro que le daba su padre todos los días cuando volvía del trabajo. 

 

Regresa a él con el propósito de que este espacio, como custodio del tiempo, le explique por qué parece que queda tan poco al volver la mirada.

 

Ahora, cuando dirige sus ojos a los espejos que rodean la plaza descubre que no reflejan a nadie. Y cuando se mueve de un lado a otro descubre que no reflejan nada. Incluso su figura se ha vuelto borrosa. La sonrisa le relaja y la nostalgia le consuela, pero hace tiempo que dejó de hablar a sus juguetes. Entretanto, su acompañante le hace una foto imitando a un avión en pleno vuelo.

 

Se siente feliz de haber vivido, y se ríe de sí mismo al recordar que también fue uno de los que quiso cambiar el mundo. No pudo cambiarlo porque no podía hacerlo, pero descubrió que sí podía modificar su mente. Comenzó entonces a estudiar la historia pensando que le ayudaría a comprender por qué el mundo es como es.

 

Disfruta de lo que queda cuando echa la vista atrás. Recuerda encrucijadas, alternativas y decisiones: muchos errores y algunos aciertos. También recuerda los muchos senderos que fueron abandonados y los pocos que fueron recorridos; la búsqueda de un sentido a su vida que sería también el sentido de las vidas de los que azarosamente la hicieron posible. Habrá que buscar ese sentido entre los que dentro de poco le sustituirán, entre los que ya le han sustituido. Sólo en ellos podrá sobrevivir, si es que llegan a incorporar algo de lo que intentó transmitirles. Sabe que la interpretación de la historia no es siempre la misma, pues la mirada hacia el pasado cambia con el espíritu de los tiempos. Por eso no es suficiente conocer la visión actual de la historia, se hace también necesario entender cómo esa visión ha ido cambiando a largo de los siglos. Cree que sin historia de la historia no hay historia, sino simulacros; y cuando lo afirma le viene a la mente una idea: lo fácil que sería refutar esa aserción.

 

Y si después de todo este esfuerzo es cierto que la nada es lo que le espera, quiere dejar patente, como hizo uno de sus maestros, lo arbitrario e injusto de tal destino. Tal vez por eso no puede evitar preguntarse a sí mismo por qué si el deseo de vivir perdura, de su lecho este mundo tan enigmático le quiere expulsar.

 

Pocas palabras son suficientes para contar una vida. Esta es la suya, aunque bien podría ser también la tuya. Siempre es posible ampliarla incorporando vivencias y hechos, intentando que todo encaje, como una vida novelada. Pero en síntesis, es tan sencilla como ha quedado descrita.

 

Y ha querido contarlo en este lugar porque intuye que es aquí donde aún perduran las huellas de sus antepasados marcadas en la tierra. Y lo quiere hacer ahora porque cree que su tiempo se está acabando. 

 

Se le escucha susurrar: «por si acaso esta noche muero».

 

En Valdepeñas, a 20 de diciembre de 2025.