Cuando
Ángela vio que era la guardia civil y no Arnelio quien llamaba a la puerta de
su casa, supo a ciencia cierta que a su hermano Roque lo iban a fusilar.
Roque
había sido comisario político durante la guerra civil. La labor de un comisario
político en una ciudad que, como Valdepeñas, vivió todo el conflicto en la retaguardia,
consistía fundamentalmente en mantener alta la moral de las unidades del
ejército asignadas, para que los soldados estuvieran en condiciones de entrar
en combate en el momento que fueran requeridos para ello, así como conocer, informar y
transmitir todo lo que fuera del interés de los combatientes.
Por
razón de su cargo, a Roque le llegaba mucha información, que trascendía a las
propias unidades militares. Conocía los movimientos y decisiones de los grupos
extremistas que mataban, sin juicio previo, a todos los que consideraban
sospechosos de fascistas o antirrevolucionarios. Nunca fue Roque, ni antes ni
durante la guerra, amigo de la violencia injustificada. En muchas ocasiones
avisaba a quien corría peligro para que se pusiera a salvo o huyera; así lo
hizo varias veces con las monjas trinitarias. Y cuando los perseguidos no
tenían posibilidad de escapatoria, les daba cobijo en su propia casa. Hizo la
labor que le encomendó un gobierno que, a su juicio, había sido legítimamente elegido. Nunca
ocultó que había salvado a muchos inocentes y siempre sostuvo que ninguna de
sus decisiones había producido derramamiento de sangre fuera del campo de
batalla.
Ángela
era una persona muy distinta a su hermano. Católica practicante, conservadora
de las de antes, había contraído matrimonio con un hombre mucho mayor que ella,
que había enviudado a principios de la década de los treinta, y quien, según
decían, y todos los indicios apuntaban a ello, era de los más ricos del pueblo.
A los dos años de contraer matrimonio, y
después de haber transmitido la titularidad de gran parte de sus bienes
inmuebles y de su fortuna a Ángela, a la que adoraba, con la finalidad de que
sus tres hijas nacidas de su anterior matrimonio no pudieran impedir que su esposa
llevara una vida digna para el resto de su vida, murió de una neumonía.
Poco
después del comienzo de la guerra, Ángela conoció a Arnelio, el hijo de un
terrateniente de Moral de Calatrava. Aunque según decían Arnelio había estado
colaborando con la CEDA, cuando comenzó la contienda se adhirió a la causa
republicana y, con el transcurso del tiempo, se convirtió en miembro del partido
comunista, haciéndose poco a poco con el control del Ayuntamiento. Ángela se
dejó llevar por la pasión y, alentada por su soledad y el estado de
desinhibición moral que la guerra había causado, se hizo amante de Arnelio.
Todos los días se veían en la casa que Ángela tenía en el Paseo de la Estación.
No tenían secretos el uno para el otro.
Cuando
todo hacía presagiar que la guerra iba a durar poco, que el vencedor iba a ser
el General Franco, y que cuando los fascistas se hicieran con el poder, la
represión y la venganza iba a provocar un estallido de muertes violentas,
Ángela recomendó a Roque y a Arnelio que abandonaran el pueblo e intentaran
salir de España. Tanto uno como el otro se negaron a hacerlo. Roque porque
consideraba que nadie en su sano juicio pediría responsabilidades a una persona
que no había hecho otra cosa durante toda la guerra que cumplir con su deber y salvar
la vida de muchos inocentes. Arnelio no daba razones.
El
mismo día que las tropas del General Franco entraron en Valdepeñas, Roque fue
detenido, inmediatamente juzgado y condenado a muerte. Arnelio,
sorprendentemente, no fue molestado. Ángela tenía que hacer algo para evitar
que a su hermano Roque le mataran, y concertó una entrevista con el Gobernador
Civil de Ciudad Real, amigo de su difunto marido. Intercedería por su hermano
ante él, pediría a las hermanas trinitarias, a las que Roque había salvado la vida, que dieran
testimonio de su intachable comportamiento. El treinta de abril de mil
novecientos treinta y nueve, Ángela quedó con Arnelio en que la recogería a las
diez de la mañana en su casa del Paseo de la Estación.
Durante
más de una hora estuvo Ángela esperando la llegada de Arnelio para dirigirse a
Ciudad Real, pero, en lugar de Arnelio, fue la guardia civil la que se
presentó. En ese momento no solo supo que a su hermano Roque lo iban a fusilar,
también tuvo conocimiento de que su amante era un traidor. «Miserable envidia», se dijo a sí misma.
Ángela
fue detenida e ingresada en la prisión de Valdepeñas, y a Roque le fusilaron.
Fue la muerte de un hombre valiente y bueno, que confió que su comportamiento
fuera en algún momento reconocido y recompensado.
Durante
dos días Ángela se encontró perdida en la prisión. Estaba aturdida, se
reprochaba no haberse dado cuenta de las verdaderas intenciones de Arnelio, no
podía entender cómo ella, acostumbrada a conseguir todos sus propósitos,
había perdido de aquella forma el control de la situación. Cuando más hundida
se encontraba conoció a Alfonsa. Bajita, rechoncha, fea y con unas gafas horribles,
contó a Ángela que era de Villanueva de los Infantes, que su marido había sido
también comisario político como Roque, y que al finalizar la guerra civil
habían sido detenidos, él fusilado y ella enviada a la prisión de Valdepeñas.
Fue Alfonsa la que explicó a Ángela el funcionamiento de la prisión, en
quién podía confiar y en quién no, cuáles eran los trucos para conseguir
raciones extra de comida, jabón, colonia, agua caliente. Y lo que fue más
importante: la protegió.
Ángela
salió pronto de la cárcel; su hermano había sido fusilado, no había razones
para mantenerla encerrada por más tiempo. Una vez en libertad removió Roma con
Santiago para que su amiga Alfonsa fuera también liberada, y aunque no fue
fácil, al final lo consiguió. La acogió en su casa, y hasta la muerte de Ángela
en mil novecientos sesenta y seis, allí vivieron juntas compartiéndolo todo.
Fueron
muchas las habladurías y rumores que sobre Alfonsa y Ángela se dijeron en el pueblo durante
los casi treinta años que estuvieron viviendo juntas. Unos acusaron a Alfonsa de
haber sido una mujer interesada y manipuladora que sedujo a Ángela para vivir a
su costa y heredar sus bienes, otros que a Ángela le había trastornado su
estancia en la cárcel, pero lo cierto es que Alfonsa dio a Ángela un motivo
para vivir, la ilusión y alegría que necesitaba. La cuidó y protegió, no
se separó de ella, tanto en los momentos buenos como en los malos.
Cuando
Ángela contrajo la enfermedad que siete meses después le produciría la muerte, Alfonsa
estuvo a su lado día y noche velando por ella. Le preparaba la comida, le daba de
comer, la aseaba, le contaba historias. Sin protestar, sin un mal gesto, proporcionándole
todo su cariño.
De
todos es sabido en el pueblo que la tía Ángela amó profundamente a Alfonsa, e
hizo saber a quién quiso escucharla que había recibido de ella todo lo que
ningún hombre le había sabido dar.
En Soto del Real (Madrid), a veintiséis de abril de dos mil trece.
Fotos: Paseo de la Estación de Valdepeñas (Principios del siglo XX y en la actualidad).